miércoles, 20 de agosto de 2014

Día de piscineo.

El agua está fría, pero fría de poner los pelos de punta, sin embargo  entran sin titubeos y carcajeándose, yo que voy dando saltitos entre gemidos cobardicas y tacos en voz baja.  Nada más pleno que la alegría y felicidad a esta edad... y cómo lo muestran. La felicidad cuando es de verdad explota.  Las dos niñas son remolinos de manguitos de Hello Kitty, coleteros de colorines en su cabello afro y grititos de alegría.
Las socorristas me reprenden porque me apoyo y me siento en el borde de la piscina, " por higiene "-me dicen-. Yo no lo entiendo pero me levanto y andorreo por la piscina de bebés que me llega por tobillos y rodilla en la parte más honda. Las niñas juegan solas entre ellas, a ratos me buscan con la mirada y siguen chapoteando.  Entra una niña rubia con ojos azules, creo que es niña porque lleva pendientes de florecitas, de unos cuatro años. Su padre mira desde el bordillo cómo salta al agua y se vuelve a la toalla. Sonríe a la niña desde allí.  Otra socorrista me dice que no puedo estar con las gafas de sol dentro del agua. Tampoco lo entiendo, me quito la gorra y las gafas y las dejo en el borde de la piscina. Espero que me digan de inmediato que no puedo dejarlos en el borde por higiene ( pero no me lo dicen) . Mientras tanto la niña rubia que se desliza sin manguitos , chapotea y bucea como una anguila entre mis dos criaturas que más miedosas e inseguras no meten la cabeza en el agua. Me acerco y las presento tras preguntarle su nombre, "Natacha" -me dice- y tengo estos años... levantando  dedos en el aire.  Tras estas contraseñas compartidas mis dos niñas aceptan a la niña nueva como si se conocieran de toda la vida, hacen carreras, saltos y volantines sin importar quién pueda ganar , ahora las carcajadas son triples. Cuando llamo para comer y llegan volando la pequeña rubia me dice que ella también va a comer ahora " patatas" y que "cuándo van a venir  a  casa a jugar". No sabe cómo se llama su colegio pero " mi profesora se llama Tamara" . Creo que su familia es polaca porque oigo hablar a su padre por teléfono.

Cuándo perdemos esa apertura, -me pregunto-. Y me lo pregunto mientras mis dos fisioterapeutas nigerianas de tres y cuatro años me extienden medio litro de protector solar por mi  espalda, bañador y media toalla. Masajean mi espalda sonrosada, lumbago incluído con un dulce y espachurrante masaje tailandés compuesto de palmaditas, frotamientos y golpeteos que finalizan con un abrazo mojado  y un  besito en un hombro. " Se ha caído unas gotitas en la toalla pero no importa, no pasa nada Lenteja , ¿a qué no pasa nada?..."
Nooooo.... no pasa nada.

                                                   foto de Google

miércoles, 6 de agosto de 2014

Mirada violeta de vacaciones.

Tengo el revoltijo que siempre produce la vuelta de vacaciones; por un lado el revoltijo  físico: de ropas, bolsas, maleta, ropa sucia, recuerdos comprados en mercadillos, piedras de esas  que encuentro que me llaman a gritos, bolsas de  especias, bolsas de hierbas de tés e infusiones, regalillos...más bolsas ... y el  revoltijo mental. Ese es más caótico aún. Y eso que el primero tiene el salón y la habitación de mi casa en plan "¿te estás mudando?".
Entre lavadora y lavadora hago recuento de imágenes y emociones, sabores y colores, olores nuevos de calles y comidas, de pasos y tierras, arenas y aguas, de gente y sus miradas. He hecho fotos, muchas fotos robadas.  Me traigo muchas miradas, algunas me duelen. La pobreza siempre es más femenina.
La mujer es tan invisible que pierde su cara, su gesto en la esfera pública.



Niños y niñas de seis o siete años juegan con armas  de plástico, revólveres y metralletas en la calle, comparten juegos y dulces, gafas fosforitas, coronas doradas y pistolas. Después de esa edad ya no hay niñas en las aceras , yo no las veo.
Sí veo un bebé cercano al año, en sus primeros pasos, cómo  se tambalea sonriente entre sus padres jóvenes y amorosos, él en bañador y ella cubierta por un niqab, y cómo solloza entre pucheros por intentar fallidamente quitar el velo de su cara y poder tocarla. La madre no se descubre porque hay hombres adultos cerca; estos hombres son mis amigos, con los que viajo. Ellos se sienten tan extrañados, ajenos a las consecuencias de su proximidad como yo. Delante de mí , que soy mujer, sí se descubre y posa feliz con su marido y su primer hijo, cuando les ofrezco tomar un retrato de familia .


Cuando las emociones brotan desde la mirada... a veces , no sabes dónde dirigirla, si a tus luchas personales o a la belleza que siempre inunda todo.